Desde su banco siempre se veía el mar, ahora lejano, como ajeno. Cómo añoraba aquellos momentos, cuando todo
estaba aderezado de lo cotidiano. Cómo le gustaría mover hacia atrás las manecillas
del reloj de la torrecilla. Pero ahora era tarde. Ahora, tirado,
desparramado, confundido con la tierra, no podía ver el mar, pese a estar cerca
del banco. Pero es lo que tiene ser ceniza. Polvo eres y en polvo te
convertirás.
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