Rodolfo Blanca Hinestrilla se sentía sólo Rodolfo. Hasta de los apellidos se veía desposeído. Desnudo completamente miraba cohibido todo el entorno que le rodeaba. La piel erizada, el rostro desencajado, el alma encogida y las manos tapando como podían sus partes.
Rodolfo Blanca Hinestrilla, en aquel tremendo momento sólo Rodolfo, pensaba que le gustaría ser un Adán, para, por lo menos, tener una hoja de parra con la que taparse….
Desde la parte más noble de la estancia, detrás de una distinguida mesa, el ilustre director de la agencia financiera lo miraba de arriba abajo:
-“Lo siento Rodolfo, le henos denegado el aplazamiento de su hipoteca”